PANCHO
12-05-09
Pancho es un panchito. Pancho
es un sudaca. Así le llaman algunos siniestros españoles, que miran
desconfiados su pelo lacio y negro, su escasa estatura y sus ojos achinados de
indio bueno.
Él sonríe, siempre sonríe,
porque vive encantado en la Madre Patria, aunque en invierno haga frío, y come
bien y rico todos los días, y tiene su cama y su baño y su cuarto, donde guarda
las fotos de sus padres y hermanos y el
crucifijo que le regaló su abuela.
Pancho reza todas las noches,
y bendice su suerte y su trabajo. Ahorra todo lo que gana, y lo envía todos los
meses a sus padres, para que así sus hermanos pequeños puedan estudiar lo que
él no pudo.
Pancho trabaja para don
Javier. Pancho cuida de don Javier, que es un español blanquito, rico pero también
bueno, alto pero enfermo: ya casi no puede caminar, y poco hablar, porque un
infarto cerebral le masacró el cuerpo.
Pancho le cuida todo el día.
Por la mañana, le ducha, le asea y le afeita, para que la blanca barba no
oculte la noble cara de don Javier. Le da de desayunar, porque sus manos ya no
pueden coordinar el simple movimiento de los cubiertos. Y hasta el zumo de
naranja natural y el café descafeinado, se lo tiene que tomar con una pajita,
porque ya no siente bien su boca un poco torcida.
Después, Pancho le lee los
periódicos. Sólo los titulares. Tampoco ve bien don Javier. Dice que ve algo
por un ojo, lo suficiente para reconocer a Pancho y a su familia y otros
amigos, pero no para leer, tanto le gustaba leer los periódicos después del desayuno
a don Javier, y ahora no puede.
Como ya casi no puede
caminar, más un poco para ir al baño o a la ducha, salen a la aventura de la
calle, don Javier en su silla de ruedas y Pancho detrás, empujándola y
dirigiéndola. Con sus gafas de sol, su gorra y su manta sobre las piernas si es
invierno, don Javier respira el aire fresco de la mañana, y Pancho, con la ropa
regalada y usada, pero buena y cuidada, que le regaló don Javier, sonríe como
siempre, animado por el milagro de un nuevo día. La ropa le queda grande, pero
Pancho sonríe satisfecho, porque nunca había tenido una ropa tan buena y tan
cara.
Pasean mucho, cambiando todos
los días las rutas, después de que Pancho pregunte a don Javier por dónde
quiere ir. Todo el peso de la silla de ruedas y de don Javier, no son obstáculo
para su menudo cuerpo, porque es pura fibra y músculo, ya que desde niño ayudó
a su padre en las tareas más duras de su pobre granja.
Don Javier mira todo, todo lo
observa con su único ojo, y se fija en especial en los niños pequeños, a los
que saluda con la mano y sonríe, y a los perros, a los que intenta silbar pero
no puede, con su boca un poco torcida, tan bien y tan fuerte sabía silbar don
Javier.
Si hay sol, van a algún
parque, y se sientan en un banco, tranquilos, para que la luz de la estrella
les alimente y les conforte. Y como a don Javier le cuesta hablar, le pide a
Pancho que le cuente cosas de su país, de su familia y de sus costumbres, y así
don Javier se deja llevar por la imaginación y visita con su espíritu unos lugares
donde nunca ha estado y donde nunca estará.
Antes de volver a casa, paran
en el bar de siempre, cercano, para tomar el aperitivo. Don Javier una cerveza
sin alcohol, por la tensión, aunque él la pide con, y le engañan, y Pancho una
coca cola.
Ésta es la vida de Pancho y
ésta es la vida de don Javier, hasta que pronto, de una aviesa neumonía, se
muera.
Gracias a todos y a todas que
han cuidado y cuidan de nuestros enfermos, cuando nosotros no podemos, porque
de ellos será siempre el reino de
nuestros recuerdos.
685 palabras by Boswell.
Extraordinario escrito Boswell. Veo reconocido el trabajo de muchos y muchas, ignorado también por otros muchos y muchas.
ResponderEliminarBienaventurados sean estos ángeles que hacen de nuestro mundo un lugar no se si mas justo pero al menos si mas caritativo