De repente, cuando menos te lo esperas, la vida te da
hachazos.
Hace dos semanas, en un sobre con membrete impreso de una
empresa sanitaria, venía celosamente cerrado uno de esos de los que tardas en
recuperarte. Podrá usted llevar una vida relativamente normal, si conseguimos mantenerlo
todo bajo control, advertía el facultativo mientras extendía la mano hacia el
sorprendido y sobresaltado rostro que lo miraba fijamente.
De repente, venían a la memoria el nacimiento de mis hijos,
el trozo de marido que tuve la fortuna de elegir, y mi abuelo, dando vueltas en
espiral y cayendo al precipicio, hasta darme cuenta de que la que caía al
precipicio era yo, mientras ellos extendían sus brazos en intentos vanos de
ayuda y socorro.
Una desnudez fría recorrió mi frente, chorreada por gotas de
sudor intenso, incapaz de hacer frente a los estímulos que pedían un brazo
envolvente que diera calor a mi desesperanzado y permanente temblor.
Una vida normal. Normal. La que no había tenido nunca La que
no esperaba. Había tenido una vida maravillosa, una vida dura con momentos
maravillosos, llena de obstáculos, dificultades, sinsabores, retos y
exigencias, que a mi modo y manera había sabido sortear, afrontar, vencer,
responder o superar. Pero ¿normal?, no estaba preparada para asumir la actitud
correcta ante tan aparentemente liviano brete.
Porque llevaba trampa. Lleva trampa, inherente, inmanente,
impronunciable, invisible tal vez, de momento, pero presente.
Llegará un día en el que debamos replantearnos la actuación.
De momento hay que esperar cómo reacciona al tratamiento, proseguía el de bata
blanca, engrandecido como un monstruo ante una zaherida mirada que no sabía
encajar los golpes, magullada por las palabras, impasible frente a los embates
que sacudían el cerebro.
Estos días desamparados me he encerrado en mis pensamientos,
sellados con una perenne sonrisa, maquillada, que disimule el momento duro.
Pero una fuerza inherente ha despertado en mí, necesitada de
desnudarse ante el mundo, de abrirse, de contar, de transmitir, de perder el
miedo, de abrazar, de sentir y de
querer, tanto como me han querido. Os quiero.
Y eso no es llevar una vida normal. Es hacer mi vida, como
la he conocido y afrontado hasta ahora.
Apreciadísima Petra
ResponderEliminarComo vi que por hartazgo infinito con las idiotes de VP habías dejado de comentar me pasé por aquí, recorde tu blog, esperando alguna novedad; pero jamás me esperaba lo que acabo de leer.
Quiero y espero creer que son una simple licencia literaria para espolearnos al resto de que nos atrevamos a vivir de verdad, sin milongas y gilipolleces. Si eso intentabas, por mi parte lo has conseguido.
Y si no ha sido así, si es una carta desesperada que has puesto en la botella de tu blog, esperando que alguien la lea de una vez, para ver que por lo menos alguien te lee, sin los fantasmas de los 750 idotas acechantes, yo la he leido. Y no se que decir.
No se que decir, porque cualquier palabra o pensamiento por escrito, me parece que puede interpretarse cómo fálso, aunque no lo sea. Simplemente decirte que estoy contigo y que tienes mi mail, ese que estamos obligados a poner para que esto funcione, para lo que sea menester. En este caso bendito requosito.
Y no se si crees o no. Pero me pasaré mañana por la Pilarica, que aunque maña es de todos, a echar unos rezos.
Un muy fuerte abrazo y hasta pronto
Gracias Pasmao. La normalidad evoluciona según lo previsto y de momento no hay nada anormal -aunque previsto- que me impida llevar la vida que he decidido querer llevar.
Eliminar