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Emprendedor, a pesar de todo.


Emprendedor S.L.

Lo que les voy a contar es la historia de un conocido mío, por surrealista que parezca, aunque algunos nombres y datos concretos aparezcan maquillados porque así me lo ha pedido el protagonista de la historia.

Pedro es un chico de 35 años, el más listo de la clase cuando era pequeño, brillante, responsable, ingeniero agrónomo con ‘notazas’ y con hambre para comerse el mundo en lo que le apasiona, la ganadería.

Pedro terminó la carrera de ingeniería hace 13 años, siendo uno de los mejores expedientes. Nunca suspendió una asignatura, aunque dedicaba su tiempo a labores sociales, colaborador habitual con Cruz Roja y con otras asociaciones de ayuda al necesitado.

A Pedro siempre le han encantado los animales. Quiso estudiar Veterinaria, pero los escasos ingresos familiares y la lejanía de la Facultad de Veterinaria le obligaron a cambiar su especialización, optando por la ingeniería agrícola. Desde bien temprano supo que quería dinamizar su depauperada tierra, de donde los jóvenes huían en cuanto podían, abandonada la terruña como estaba de los politicastros amontonados en la capital, de provincia y de Comunidad Autónoma, para más señas.

Pedro, de familia de labradores, habló con su abuelo materno, para que le cediera el uso de un terreno que no cultivaba para instalar allí lo que sería su medio de vida y el de la gente que iba a poder encontrar allí un empleo: una granja de animales, preludio de una futura y próxima producción artesanal con cárnicos y lácteos.

Mientras terminaba los estudios empezó a preparar el proyecto, que utilizó como Proyecto Fin de carrera, donde obtuvo elogios y parabienes, por tratar de recuperar una ganadería tradicional, respetuosa con el medio ambiente, no intensiva, y ecológica. Educado en el amor por la tierra, por su tierra, y por las nuevas formas de adaptar la producción que la tierra da a las nuevas exigencias de la economía, planeó un proyecto integral, respetuoso con el medio ambiente, que proponía un reciclaje íntegro de su granja, desde los desechos, los estiércoles, las pieles, los huesos, la carne, la leche y sus derivados.

No era consciente, sin embargo, de la que se le venía encima.

En el Ayuntamiento, que había crecido exponencialmente en número de funcionarios, a pesar de la automatización e informatización de todos los procesos y de la reducción significativa de vecinos, le remitieron a la flamante ‘Oficina para el Emprendimiento Local’ que el Alcalde había acabado de inaugurar colocando a dos expertos -y amigos- en emprendeduría, branding y penetración de mercado.  Le ‘aconsejaron’, le sugirieron cambios en el proyecto, le prometieron ‘acompañarlo’ en todo el proceso para adquirir los permisos, licencias, autorizaciones y beneplácitos necesarios -e incluso los no necesarios-. Frunció el ceño, respiró hondo y prometió zamparse los 12 folios de recomendaciones, trámites y procesos que debía seguir antes -repito, antes- de poner siquiera la primera piedra de su granja.

Llegaron en primer lugar los de patrimonio histórico. La zona en la que pretendía ubicar su granja era una zona de relevancia histórica: podía existir un enclave íbero, por lo que era necesario realizar una cata por parte de dos arqueólogos sugeridos por la Consejería pertinente de entre un grupo de expertos para descartar que los íberos no hubieran habitado el terreno donde se iba a depositar el charquín de los puercos. Y lo bien cierto es que lo más cercano que habían estado los íberos del terreno eran los manuales -cambiados cada año- que se recomendaban en el Colegio de Primaria donde estudiaba su sobrina, ajena al despropósito de tener que reclamar, casi ad infinitum, la solicitud para que los arqueólogos seleccionados por la Consejeria pertinente acudieran a su terreno, acompañados de administrativos, historiadores y analistas varios, que, lógicamente, pasaron la oportuna minuta al ingeniero- solicitante para obtener el primero de sus permisos necesarios, varios tantos miles de euros del ala, pero un sello sobreimpreso a dos colores con la figura de nosequéguerrero íbero remasterizado y actualizado por un diseñador de postín de la capital.

Lo más importante: conseguir el sello costó tres años y medio, lo que obligó al ingeniero a tener que buscarse la vida como animador social en ‘colonias’, como salvavidas en la piscina municipal de un pueblo vecino,  como ‘tabaletero’ en un grupo folk y como ayudante de fotografía en bodas, bautizos y comuniones. Menos de mil euros en total, eso sí, al mes, pero se ahorraba el dinero que sus amigos se gastaban en botellones mientras curraba.

La prehistoria se volvió a cruzar con sus ideas de montar la granja de su vida. Los dinosaurios se parapetaron en su camino. Sí, sí, como lo oyen, los dinosaurios. Un normativa de recuperación de los sitios paleontológicos declaraba el predio inutilizado como zona ‘de paso’ de los gigantes prehistóricos. Para realizar las obras de excavación a efectos de cimentar su futura granja, se necesitaba el estudio de dos paleontólogos en los que se constatara que los dinosaurios no habían pastado por allí, y que en sus trasiegos, se habían desplazado de la ruta trazada en la norma, y ni habían muerto ni habían defecado en el radio de acción que ocupaba la finca. Lo bien cierto es que el único fósil de dinosaurio encontrado en la zona, de unas dimensiones inferiores a 60 centímetros de largo, había aparecido 39 años antes a más de 85 km de distancia. Pero las proyecciones del Decreto claramente señalaban que por allí tenían que haber pasado. Aunque el certificado de los expertos paleontólogos verificó, dos años más tarde de su solicitud, tras varias tanquetas y operarios ocupando el lugar, y 7500 euros menos, que por allí, si pasaron no dejaron huella alguna.

Mosqueado como empezaba a estar, el ingeniero que ya era un conocido payaso en las comuniones del entorno, también aprovechó el crédito con el que estaba financiando los primeros certificados, para realizar los estudios de viabilidad necesarios, topógrafos mediante, ingenieros mediante, arquitectos mediante, y asesores de diverso pelaje y condición mediante, de que las distancias de salubridad mínima se cumplían, de que no había ningún corral de gallinas a una distancia mínima que no significara ‘sobreexplotación animal’, de que los  acuíferos no iban a quedar dañados, de que los accesos tendrían la amplitud mínima para que los camiones que pudieran transitar no chocaran, que el uso se garantizaba -por su abuelo de más de 89 años- por un periodo no inferior a 15 años, y a los diferentes compromisos de menor calado, como el cumplimiento de la normativa de incendios por el proyecto, que tuvo que modificarse por no contemplar la actualización normativa reciente, de los sistemas de refrigeración y limpiado automático de las salas que garantizaran una vida digna a los animales, más un compromiso firmado ante notario de los vecinos próximos y lejanos de que autorizaban la instalación solo proyectada por el momento.  El proyecto técnico languidecía viendo como casi, casi, casi, ya estaba todo sellado y aceptado.

Un competidor suyo enterado del proyecto y de la voluntad pertinaz del payaso-fotográfo, y cuidador de enfermos por la noche, quiso ponerle la antepenúltima piedra en el camino. La normativa de avenidas y riadas exigía disponer de un estudio de prevención de riesgos ante las posibles inundaciones, y dicho estudio no figuraba en la solicitud de licencia de obras. La zona no se había inundado en más de 120 años a recuerdo de su abuelo, pero, qué más daría ese detalle irrelevante para tener que solicitar otro informe preceptivo previo, a cuenta de un trabajo adicional a tiempo parcial con el que sufragar un nuevo préstamo de cobertura para el que no existía garantía, pues la granja empezaba a dormir el sueño de los justos 10 años después de la presentación del proyecto inicial.

Todo parecía marchar, finalmente, viento en popa, cuando por casualidades del destino, las elecciones locales dieron un vuelco electoral inesperado, y el alcalde ‘de toda la vida’ fue derrotado por un candidato ecologista, animalista, proteccionista, y un sinfín de istas que se escondieron a la población, al presentarse como candidatura ‘independiente’, que no independentista. Las ideas ‘regeneracionistas’ del nuevo alcalde no se hicieron esperar. El proyecto no contaba con el beneplácito del nuevo Consistorio, al optar por una política pública de recuperación de espacios y oficios tradicionales, para lo que se proponía la creación de un ente local que iba a contratar a expertos asesores que iban a formar a trabajadores de la localidad para especializarse en oficios a punto de extinción, como la de pastor de rebaño, que serían contratados gracias a unos Fondos Europeos que servirían para ‘relanzar’ la triste y depauperada economía local. El proyecto de Pedro era demasiado ‘mastodóntico’  y no encontraba encaje con las nuevas directrices de la política de la localidad y, además, pequeño detalle sin importancia, el futuro y pretencioso empresario no había tenido la delicadeza de apoyar financieramente la candidatura del alcalde ‘independiente’.

Experto en payasadas, acciones sociales, políticas y farsas públicas de apoyo al emprendimiento y en informes ‘useless’ varios, ahora ha decidido especializarse en derecho administrativo, tras entrevistarse con varios expertos abogados, y decidirse por iniciar el camino de las reclamaciones judiciales contra las denegaciones a la licencia que finalmente, acordó la Corporación local. Reclamaciones a las que unirá aquellas contra las de difamaciones varias, en redes sociales y en manifestaciones en contra de su iniciativa organizadas por una Asociación de apoyo a la candidatura del alcalde, con gente venida de la capital. Tendrá suerte su nieto, si encuentra tiempo para entrar en faena entre tanto pluriempleo de pocamonta, si logra ver vencedor de los diferentes pleitos a su tozudo abuelo.

Lo malo es que, para entonces, igual el aguerrido emprendedor ya habrá tenido que orientar su vida hacia otros derroteros.

Ahora que se avecina una enésima campaña electoral veremos a los candidatos de diverso pelaje ‘apoyar’ al emprendedor, ‘animar’ a los jóvenes a que emprendan, porque en España el que no emprende es porque no quiere, porque todo son facilidades. Nos falta espíritu emprendedor, dirán, a pesar del importante apoyo que se presta desde los entes públicos a la emprendeduría (no sé si lo confunden con la mamandurría).

Algunos vecinos del pueblo dicen que lo que se merece Pedro es una estatua homenaje por su tesón. Y a mi me da que lo que habría necesitado es que los políticos lo hubieran dejado un poquitín en paz, que lo hubieran escuchado, que hubieran considerado los pros y los contras y que, en un período razonable le hubieran aceptado la propuesta -para ponerlo en marcha, únicamente- o no, y que hubiera podido ejecutarlo.

Pero Spain parece different. Aunque confío que el tesón de Pedro sirva de ejemplo a muchos otros empecinados por cambiar las cosas. Van a necesitar suerte -y dinero que no tienen-. Pero espero que puedan salir victoriosos y realizar sus sueños.

Ánimo Pedro. Sabemos que lo vas a conseguir.

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